Viento del desierto

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La alta diplomacia nacional está algo revuelta estos días, embajadores de ida y vuelta, opiniones encontradas. De repente la cuestión del Sahara ha cobrado un interés inusitado, unos hablan de traición a antiguas promesas, otros de conveniencia estratégica para mejorar nuestra tensa relación con el reino alauita. Diferentes versiones de una vieja y triste canción.

Desde mi escasa formación en política exterior, no alcanzo a concretar cual ha sido la postura oficial de nuestro gobierno durante décadas respecto a nuestra antigua colonia. Aquella que fue convertida en provincia en las postrimerías del franquismo y que llenaba de color y exotismo las sesiones de las Cortes en los estertores de la dictadura, donde unos señores de turbante y chilaba ocupaban sus escaños, más de manera simbólica que operativa.

Recuerdo ver en la televisión en blanco y negro de mi vecina a unos musulmanes con banderas y coranes que, a modo de escudos humanos y subidos en grandes camiones, saludaban a unos legionarios con cara de circunstancias. Después supe el significado real y lo que llevaba de la mano la llamada Marcha Verde. Algún que otro reportaje, esparcido entre documentales y artículos durante estos años, llenó de nostalgia y recuerdos de la presencia de los nuestros en aquella tierra polvorienta y dura, a la demasiado indiferente opinión pública. Conformando un verdadero aldabonazo para muchas conciencias a lo largo de este casi medio siglo. Sin embargo, solo desde el ámbito privado se han venido construyendo iniciativas para ayudar a aquellos que algún día pensaron en la posibilidad de la autodeterminación como vía para una independencia plena.

Personas que malviven en campamentos de Argelia o en esa zona de dominio marroquí, que no es precisamente el paraíso en la tierra para los saharauis que «viven» allí y que, con los acuerdos de Madrid de 1975, dejó de lado su españolidad por abdicación de sus obligaciones con aquellas tierras, de un gobierno cuyo líder agonizaba en el Pardo.

La realidad es tan dura como triste. Nunca hemos tenido una postura oficial clara. ¿Cuál es el cambio radical que el Sr. Sánchez ha impulsado en nuestra política exterior en referencia a nuestra antigua colonia? Si en 50 años con gobernantes de diverso signo en la presidencia del gobierno nos hemos venido poniendo de lado y aunque la ONU aprobara el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, poco o nada se ha hecho en ese sentido.

Poco a poco, se ha ido cubriendo de una pátina de polvo y desidia esta cuestión, solo atendida por Asociaciones de Amigos del pueblo saharaui, voluntarios, cooperantes y ONGs. Campamentos que seguirán a la espera de una ilusión que lentamente se va hundiendo en las arenas. Niños que volverán por unos meses al paraíso de las piscinas y las neveras españolas, para retornar a tiendas, hambre y miseria. Hombres que siguen esperando desde su más tierna infancia y ya empezando a envejecer, que los españoles tutelemos el renacer de su bandera como nación. Aunque cada vez, bañados de realidad, les parezca un inalcanzable y engañoso espejismo.

No acierto a adivinar si la autonomía que, como posible solución al conflicto, se plantea ahora desde la Moncloa, podrá (dado el peculiar concepto que tienen en Rabat de dicho término) conformar un camino adecuado para los inalienables derechos de los saharauis a su independencia a largo plazo. O por el contrario suponga el entierro definitivo de dichas aspiraciones.

Lo que realmente llama la atención es el repunte, tras decenios de silencio gubernamental, de la total defensa del derecho de los saharauis a defender su destino y la reivindicación del luminoso pasado del imperio español. De repente se ha iluminado una estancia donde hace tiempo que no entramos, nunca se limpió ni se ordenaron sus muebles. Simplemente, nos limitamos a dejarla en manos de unos vecinos, que se muestran más cariñosos o más hostiles, según les va en el negocio.

Pronto para los detractores y los impulsores de este nuevo rumbo (al parecer) de la política exterior ya no será motivo de controversia ni de encendidos debates.

No tardará mucho en soplar el viento del desierto sobre aquellos parajes y volverá a vestirse de conflicto olvidado, de asignatura pendiente, de un aparcado legajo donde nadie se atreve a escribir el final y duerme así, inconcluso en el fondo de alguna desvencijada estantería. Pies descalzos sobre la arena… ¿Qué nos deparará el futuro?