Oro, un simple metal

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Una mujer pequeña, una gran deportista que ha hecho de la gimnasia…. poesía, me ha hecho recordar a la gran Nadia Comaneci, la mujer 10 decían. En este, como en el caso de aquella niña en apariencia frágil, se esconde una vida, un pasado, un diario devenir de preparación, de lucha, de perseverancia y de sacrificio.
Una realidad adversa acompaño desde su más tierna infancia a Simone Biles. La adicción de sus progenitores a las drogas, la llevó con muy corta edad, al hogar de sus abuelos maternos, a los que ella considera sus verdaderos padres. Una niña de Columbus, apenas una imitadora de las que daban clases en la escuela de gimnasia oficial de la capital de Ohio. Pequeña, negra y mujer, tuvo que luchar con no pocos obstáculos (incluidos los abusos del médico Larry Shannon) a lo largo de una carrera deportiva que poco a poco se fue convirtiendo en un interminable reguero de preseas de distintos colores y en los que el dorado se empezaba a imponer.
Esta chica salida en apariencia, de la inquebrantable fragua de los dioses del deporte, llegó a decir en 2016, sin duda abrumada por miles de twits, comparaciones, opiniones y desgarros de la opinión pública. Esa que publica a los cuatro vientos tu intimidad, a lomos de la inmediatez y el morbo de las llamadas redes sociales, amigas de las infatigables tejedoras de las intrincadas líneas del cuarto poder: » Yo no soy el próximo Usain Bolt o Michael Phelps, yo soy la primera Simone Biles». En una decidida invocación su derecho a ser y existir por ella misma.
Esta chica menuda y con una fortaleza que raya en lo inhumano a nivel físico, que en marzo pasado cumplía 24 años, en la cima de su carrera como deportista y con los focos de todas las televisiones enfocando y esperando su enésima pirueta. Ha parado la maquinaria en seco, ha decidido respirar, mirar al cielo, cuidarse, VIVIR.
Mil artículos, millones de alusiones en las infinitas formas de comunicar, que nos acompañan en esta sociedad donde el «lo quiero ahora y lo quiero ya», donde la prisa y hacer mil cosas a la vez, sin importarnos la calidad del resultado. Adornando la bandera de la celeridad, con colores de una inmediatez asfixiante que nos es impuesta por una sociedad que ha condenado a la tranquilidad, el hacer las cosas con calma y disfrutar de ellas, a la relajación y al ejercicio de centrar el rumbo de nuestra vida (a veces inaplazable) al ostracismo, como si fueran hijas de un dios menor vago y un tanto friki.
Estas variopintas noticias, sitúan a la SALUD MENTAL como responsable de esta parada biológica de proyectos y previsibles éxitos. Buscan en el acúmulo de responsabilidad y de presión a todos los niveles, la auténtica responsable, la que ha hecho reventar la espita y la capacidad de aguante de la olla de sentimientos que bulle en esa pequeña cabecita de ojos enormes y perenne sonrisa. Poniendo el foco en unas enfermedades que son tan poco conocidas, como rápidamente estigmatizadas.
Vemos a diario como la integración del enfermo mental, sigue siendo una utopía, equiparándolo a nivel social y empresarial con el exconvicto o con aquellos seres llamados residuales. Una sociedad donde comentar que hemos ido recientemente al psicólogo o que tenemos cita con el psiquiatra, provoca la misma alarma social que la sirena de la policía y que nos hace escalar varios peldaños de una vez en la inmensa maraña de los prejuicios de nuestros prójimos.
En casi todos los países del mundo (incluida España) la SALUD MENTAL es la hermana pobre de los recursos sanitarios, en cuanto a presupuesto y personal, todavía a caballo entre aquellos lúgubres manicomios y la integración social de esos enfermos a los que casi apenas nadie ayuda y todos señalan.
No sé si es una repentina enfermedad mental (tipo ansiedad), muy común por cierto y de fácil tratamiento, siempre que no nos de vergüenza pedir ayuda, claro. El deseo de parar la insaciable máquina del «tengo que» y convertirla en la plácida barca del «deseo que» o simplemente una decisión que nace de su íntimo deseo de ser ella misma y decidir libremente lo que hace en cada momento. Sea lo que sea ya ha ganado, para mí es y será siempre una GRAN CAMPEONA y una GRAN MUJER. El oro es simplemente un metal.