Querer es poder

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Entre seis y siete segundos tarda en reproducirse en algún remoto lugar de nuestro planeta, el grito ahogado de una niña en la tradición y la incultura de lo atávico. Un sangrado forzado por una profunda herida que va más allá de lo físico, bañado en lágrimas de impotencia e incomprensión. En muchas comunidades de Asia, Medio Oriente y del continente africano se sigue oyendo el «debe hacerse», practicando esta para unos, circuncisión femenina y para otros, verdadera mutilación.

En una lucha dialéctica que dista mucho de concluir, llegando a veces, al enquistamiento de las diferentes posturas.

Una, muy tradicional y sin duda, anclada en la tradición y la profunda creencia. Si bien, en ningún precepto del Corán se aconseja o se indica, lo que determina su tendencia a la dudosa e intencionada interpretación, vislumbrándose con solo rascar un poco, una bien definida pátina de afilados y ancestrales estereotipos de género, claramente perjudiciales, que pretenden imponerse sobre el cuerpo de niñas y mujeres. Envuelto en antiguos tabúes, oscuras razones y por ende, difíciles de abordar y que se suelen vestir de necesidad religiosa o de antigua costumbre familiar de tribu, en familias de diferente clase social, etnia o geografía; pudiendo ir de la moderna y cosmopolita Singapur a una pequeña aldea en el desierto de Sudán del Sur (cuyo gobierno la prohibió hace escasas fechas), pasando por el hogar de unos inmigrantes africanos en la Norteamérica de las invasiones al capitolio.

Según argumentan sus adeptos, lo que se pretende es insensibilizar la zona (aunque existen varios niveles de ablación), para evitar la promiscuidad excesiva y la inclinación a incontrolables impulsos sexuales. Presuponiendo de esta manera, una «incontrolable» tendencia de forma implícita y nítida en una niña de solo unos meses de edad, lo que no deja de ser algo bastante aventurado, por no entrar en valoraciones más profundas.

Por otro parte y cada vez más asumida por la sociedad mundial, se configura la tipificación de MUTILACIÓN, ya sea laceración, extirpación total o parcial, que lleva implícita la violación de los derechos de la mujer, según la ONU y el derecho internacional.

Esta peligrosa práctica se realiza en muchas ocasiones, sin las más mínimas garantías sanitarias, procurando a la inocente víctima un doloroso horizonte de posibles infecciones, pérdidas severas de sangre, complicaciones de la salud de por vida, que pueden ir desde el grave deterioro de la salud física a graves trastornos de la salud mental. No procura ningún beneficio para la salud femenina, les roba oportunidades de vida y le impide desarrollar toda su potencialidad en la salud sexual y reproductiva, lo que es claramente un robo flagrante de sus capacidades.

El verdadero problema es que más de la mitad de las mujeres entre 15 y 49 años de esas comunidades, al preguntarle por la mutilación genital femenina (MGF), no crean que deba dejar de hacerse.

Sus razones siguen dependiendo de manera crucial de mitos, creencias y conceptos errónea y profundamente enraizados en su cultura tradicional, y que para ser erradicados necesitan de un lenta, constante y vehemente labor en las diferentes zonas de concienciación y sensibilización, pues solo la prohibición gubernamental no puede erradicarlas, incluso subrayadas con sanciones en tal sentido.

El trabajo de campo es, por tanto, inaplazable y urgente, pero dicen que QUERER ES PODER. Y de eso necesitan muchas niñas, hijas de familias cómplices y lo que es peor complacidas de esta ignominia.